Benito vive en un bosque dentro de un tronco hueco. Su casa es pequeña, del tamaño de una madriguera. También es pequeña su cama que parece una lata de espárragos, y su taza de desayuno es como un dedal. ¿Qué llevará en su mochila si no abulta más que una taza de té?.
Hay duendes más grandes que Benito, pero él pertenece a una especie de duendes pitufines y nunca será más grande que una seta. Benito come de todo: verdura, fruta, pescado, carne, cereales, leche....y no entiende por qué no crece más.
Un buen día decidió acercarse al pueblo vecino donde los niños miden más de un metro, quería averiguar cual era el secreto para alcanzar semejante altura.
Para llegar antes le pidió a su amigo el mirlo Rufino que lo llevase, y menos mal que fueron volando, pues allá abajo por calles, caminos y carreteras circulaban un montón de máquinas ruidosas a toda velocidad.
- Se llaman coches, dijo Rufino, ten cuidado con ellos porque echan un humo que te hará toser y si necesitas cruzar de una acera a otra, lo mejor será que te metas en el bolsillo de un humano, ellos saben cómo funcionan los semáforos.
A Benito eso de los coches le pareció muy peligroso:
- Vaya forma más rara de moverse.
En el bosque bastaba con montarse en un pájaro, en un ciervo o en un zorro para recorrer distancias largas, pero claro, los humanos eran tan grandotes que sólo podrían montar a caballo y no había muchos por la zona, la verdad.
Mientras pensaba estas cosas, el duende descubrió desde el cielo a un grupo de niños y niñas que jugaban en un parque.
- ¡Aterriza ahí Rufino!, le indicó a su amigo. ¡Quiero ver qué hacen esos pequeños gigantes!.
El mirlo obedeció. Tras depositarlo suavemente en el asiento de un columpio regresó al bosque, allí se había formado un tremendo alboroto. ¿Dónde estaba Benito?.
Todos los duendes habían organizado una expedición para buscarlo.
- ¡Pues id al pueblo!, les avisó Rufino. ¡Le encontraréis en el patio de la escuela!
Así lo hicieron, montados en ciervos, liebres y cabras montesas, salieron a toda prisa, pero ya no había nadie en el recreo. Entonces, los duendecillos acordaron entrar en el colegio siguiendo el rastro de unas diminutas pisadas que sólo podían ser de Benito. Atravesaron un larguísimo y solitario pasillo, luego entraron en una, dos, tres, cuatro aulas, pero todas vacías. Por fin, un delicioso olor a comida los condujo hacia el comedor. Benito, sentado en el tapón de una botella, comía alegremente en compañía de los niños.
- ¿Sabes el susto que nos has dado?, le preguntó su madre, doña Pascuala. ¡Benito, que sea la última vez que te vas sin pedir permiso! ¿Qué buscabas en el pueblo?
El duende pitufino pidió perdón y le explicó a su madre que quería conocer el secreto para crecer. Jugando con los niños, había aprendido que no había ningún secreto, simplemente todos somos diferentes. Lo más importante era que para jugar y tener amigos no importa medir menos de un metro.
Para escuchar el cuento pincha aquí.
www.educamadrid.org
Muy bonito el cuento.Lo voy a enlazar con la entrada que tengo en "Tejiendo cuentos y poesías". Allí hay también una poesía y dos cuentecitos cortos para empezar el curso.
ResponderEliminarBesitos
Cuánto se aprende gracias a los cuentos!Gracias por acercárnoslos!=)Un besote preciosa!
ResponderEliminar¡ Qué cuento más bonito! Enhorabuena por la entrada. Por cierto, tengo enlazado tu blog en mi jovencísimo blog de cuentos, espero que no te importe. Un saludo desde Un bosque de Cuento.
ResponderEliminarhttp://unbosquedecuento.blogspot.com.es/
Ya de vuelta paso a saludarte...magnifico los cuentos, como siempre...saludos
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