"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora". Proverbio hindú.
"Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía". José Vasconcelos (1882-1959) Filósofo, educador y político mexicano.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Blancanieves y la maldición de su madrastra II

Después de la muerte del príncipe y la desaparición de su recién nacida, Blancanieves estaba débil, triste y sola, pero su malvada madrastra no consideró suficiente este castigo y mandó a un cazador para que le arrancase el corazón. Sin embargo, el cazador se apiadó de ella y la dejó escapar. Blancanieves huyó al bosque y allí se escondió durante años. Vivía envuelta en harapos, dormía en cuevas rocosas y robaba joyas a señores ricos que pasaban por el bosque. Blancanieves necesitaba reunir todo el oro que pudiera para abandonar el reino y buscar a su hija. Sólo ella podría deshacer la maldición y cuando la encontrase deberían prepararse para la batalla final.
Un día robó a un joven príncipe que había desmontado de su caballo para calmar su sed y descansar. Ella pensó que no la había descubierto, pero cuando intentó correr para esconderse, una gran soga que colgaba de un árbol enorme prendíó sus piernas y Blancanieves se quedó atrapada sin poder moverse.
-¡Suéltame! -gritó rabiosa Blancanieves.
-¡Devuélveme mis joyas! -exclamó el joven príncipe.
-¡Yo no te he robado nada! -dijo ella.
-¡Necesito la dote para poder casarme con la princesa de los Mares del Sur! -contestó él.
Blancanieves finalmente cedió y le devolvió las joyas. Él que en un principio no había reparado en ella, de repente la reconoció.
- Eres Blancanieves y sobre ti pesa una gran maldición. Todo el reino está buscándote!!! -exclamó.
Ella intentó huir, pues temió que la apresara y la devolviese a su malvada madrastra. Pero cuando echó a correr, tres temibles cazadores a las órdenes de la bruja aparecieron en sus caballos y agarrándola de la cintura la pusieron en una de las monturas. Pero el joven príncipe raudo cogió su arco y disparó a los cazadores consiguiendo así liberar a Blancanieves.

Continuará.........

jueves, 13 de septiembre de 2012

Blancanieves y la maldición de su madrastra

Blancanieves se casó con su príncipe azul después de despertarse gracias al maravilloso beso que éste la dió. Fue una boda preciosa en la que participaron sus amigos los siete enanitos, pero a la que también acudieron muchos otros personajes como Geppeto y Pinocho, Cenicienta, Alicia en el País de las Maravillas, Campanilla, Peter Pan y otros invitados amigos.
Sin embargo, Blancanieves y el príncipe no fueron felices, al final de la ceremonia, su madrastra se presentó en el castillo. Estaba tan enfadada porque Blancanieves seguía con vida que los maldijo con el peor de sus deseos. 
- Blancanieves nunca serás feliz. Yo misma me encargaré de arrebatarte todo aquello que desees tener. El tiempo se parará para ti y sufrirás la peor de tus pesadillas: la soledad -dijo la malvada madrastra.

A partir de ese día, Blancanieves no pudo dormir y aunque el príncipe intentaba tranquilizarla diciéndole que no dejaría que nada malo le pasara, ella sufría porque sabía que la ira de su malvada madrastra se desataría y la maldición se cumpliría.
Pasado el tiempo y viendo que todo estaba bien, Blancanieves quedó en cinta. Su felicidad era inmensa pero  comenzó a sentirse de nuevo intranquila, pues sabía que cuando su bebé naciese, su madrastra vendría y se la arrebataría. 
La joven comunicó sus temores al príncipe, que decidió convocar al Consejo Real. Entre sus miembros estaba el Hada Madrina de Blancanieves.
- Hay una solución para salvar a Blancanieves y al bebé. Construir un árbol hueco de madera que la llevará a otro tiempo, a otro lugar. Cuando llegue el momento, Blancanieves deberá esconderse en él y viajará en el tiempo con su bebé, antes de que éste nazca. Sin embargo, sólo podrá viajar ella -dijo al príncipe.

- De acuerdo -contestó él, pero necesitamos que alguien construya ese árbol hueco.
- Pinocho y yo lo haremos -dijo Geppeto.
El príncipe le contó a Blancanieves lo que habían decidido. Sin embargo, ella no estaba de acuerdo pues eso suponía abandonar a su amado príncipe.
- Cuando todo acabe os buscaré, te lo prometo -le susurró el príncipe a Blancanieves. Es la única manera de salvaros a ti y al bebé.
Una mañana, la princesa sintió un fuerte dolor en su vientre.
- Ya viene, nuestro bebé ya viene -le dijo al príncipe.
- Vamos, debemos esconderte en el hueco del árbol -sentenció el príncipe.
- No hay tiempo -dijo el doctor.
Blancanieves dio a luz a una preciosa niña de cabello cobrizo y blanca piel. Pero en unos pocos minutos el espléndido sol que entraba por la ventana se oscureció dejando paso a unas nubes negras que se acercaban presurosas hacia el castillo.
- Rápido -exclamó Blancanieves -debes coger a la niña y llevarla hasta el hueco del árbol -dijo al principe.
- Pero Blancanieves entonces tu morirás -contestó el príncipe.
- En el hueco sólo hay sitio para uno. Debemos salvar a nuestra hija -dijo ella.
El príncipe corrió cuanto pudo hacia la sala donde se hallaba el árbol mágico, pero los secuaces de la malvada reina le cortaron el paso. Luchó contra ellos y consiguió depositar a la niña en el hueco del árbol, pero aquellos malvados hombres mataron al príncipe, quien antes de morir vio cómo su hija había desaparecido cuando sus asesinos abrieron las puertas del escondite para llevarse a la niña.


Continuará............

lunes, 10 de septiembre de 2012

YAGO Y PATO VAN AL COLE

Yago va al colegio. Es su primer día. Su mamá le prepara su mochila con sus libros y su almuerzo.
- ¿Puedo llevar a Pato?-le dice a su mamá. Pato es su peluche preferido y su compañero de juegos.
- Si -contesta mamá.
- Mete el almuerzo para él, por si tiene hambre.
- ¡Ja, ja, ja, los muñecos no tienen hambre!- se ríe mamá.
Al llegar al colegio, mamá dice:
- Adiós Yago, luego vengo a buscarte. Pásalo bien y cuida de Pato.
- ¡Quédate a jugar conmigo! -dice Yago agarrando a mamá para que no se vaya.
- No, Yago. Aquí no podemos estar ni los papás ni las mamás -dice mamá dando un beso a Yago y otro a Pato-. ¡Hasta luego!

En el cole hay muchos niños. Pato se echa a llorar:
- ¡Buaaa, buaaa, quiero ir con mamá.......!
- No llores Pato. Los papás y las mamás no pueden estar aquí, tienen que trabajar.
Yago coge en brazos a Pato y le da  besos para consolarle. Pato deja de llorar.
Después de jugar, la señorita lleva a los niños a la clase.
- Vamos a pintar un dibujo sobre nuestras vacaciones -dice la seño.
- Pero Pato no sabe pintar -dice Yago.
- No importa, haremos su dibujo entre todos! -contesta la seño. Y dibujan un precioso Pato en una gran charca.
- ¡Me gusta el cole! ¡Hacemos cosas muy divertidas! -le dice Yago a Pato.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Benito quiere crecer

Benito vive en un bosque dentro de un tronco hueco. Su casa es pequeña, del tamaño de una madriguera. También es pequeña su cama que parece una lata de espárragos, y su taza de desayuno es como un dedal. ¿Qué llevará en su mochila si no abulta más que una taza de té?.
Hay duendes más grandes que Benito, pero él pertenece a una especie de duendes pitufines y nunca será más grande que una seta. Benito come de todo: verdura, fruta, pescado, carne, cereales, leche....y no entiende por qué no crece más.
Un buen día decidió acercarse al pueblo vecino donde los niños miden más de un metro, quería averiguar cual era el secreto para alcanzar semejante altura.
Para llegar antes le pidió a su amigo el mirlo Rufino que lo llevase, y menos mal que fueron volando, pues allá abajo por calles, caminos y carreteras circulaban un montón de máquinas ruidosas a toda velocidad.
- Se llaman coches, dijo Rufino, ten cuidado con ellos porque echan un humo que te hará toser y si necesitas cruzar de una acera a otra, lo mejor será que te metas en el bolsillo de un humano, ellos saben cómo funcionan los semáforos.
A Benito eso de los coches le pareció muy peligroso:
- Vaya forma más rara de moverse.
En el bosque bastaba con montarse en un pájaro, en un ciervo o en un zorro para recorrer distancias largas, pero claro, los humanos eran tan grandotes que sólo podrían montar a caballo y no había muchos por la zona, la verdad.
Mientras pensaba estas cosas, el duende descubrió desde el cielo a un grupo de niños y niñas que jugaban en un parque.
- ¡Aterriza ahí Rufino!, le indicó a su amigo. ¡Quiero ver qué hacen esos pequeños gigantes!.
El mirlo obedeció. Tras depositarlo suavemente en el asiento de un columpio regresó al bosque, allí se había formado un tremendo alboroto. ¿Dónde estaba Benito?.
Todos los duendes habían organizado una expedición para buscarlo.
- ¡Pues id al pueblo!, les avisó Rufino. ¡Le encontraréis en el patio de la escuela!
Así lo hicieron, montados en ciervos, liebres y cabras montesas, salieron a toda prisa, pero ya no había nadie en el recreo. Entonces, los duendecillos acordaron entrar en el colegio siguiendo el rastro de unas diminutas pisadas que sólo podían ser de Benito. Atravesaron un larguísimo y solitario pasillo, luego entraron en una, dos, tres, cuatro aulas, pero todas vacías. Por fin, un delicioso olor a comida los condujo hacia el comedor. Benito, sentado en el tapón de una botella, comía alegremente en compañía de los niños.
- ¿Sabes el susto que nos has dado?, le preguntó su madre, doña Pascuala. ¡Benito, que sea la última vez que te vas sin pedir permiso! ¿Qué buscabas en el pueblo?
El duende pitufino pidió perdón y le explicó a su madre que quería conocer el secreto para crecer. Jugando con los niños, había aprendido que no había ningún secreto, simplemente todos somos diferentes. Lo más importante era que para jugar y tener amigos no importa medir menos de un metro.

 Para escuchar el cuento pincha aquí.
www.educamadrid.org